
Eran las 8 de la noche, era martes y ahí estaba: parado en esa esquina pelada con un terrible bajón.
Odio Buenos Aires, mucha basura en la calle, mucha mala vibra y mucho paquito punguero. No me va ese style ni ahí. No entendía porque Julio insistía tanto ¿Qué clase de sorpresa vale este maltrip? Bueno, sin duda esta lo valía. Y ahora lo entiendo.
Una espera insoportable, un traje de lino de primera calidad, y una camisa salmón con un manchón de grasa hábilmente tapado con un pañuelito de verano. Mucha pinta, mucho power y de repente en medio la otra esquina pasa un tipo muy parecido a Darín. Le grito “¡Darín!” y el chabón ni se da vuelta. Cazo una piedra y se la apunto a la nuca. Pifio y se la pongo al parabrisas de un Ford Fiesta. Un pelotudo. Esperé 15 minutos más y un Fiat Palio se detuvo frente a mí. Me mojé la mano con saliva, me peiné el jopo y cuando se bajó lentamente la ventanilla la vi. ¡Que hermosa!
Su pelo savage jugando con la leve brisa, sus pestañas filosas y la sonrisa de quien ama y es amada por el mundo. No podía creerlo, era Luisa Kuliok en todo su esplendor. Era ella, cuando se asomó y me guiñó un ojo. Traté de guiñarle yo pero me confundí y cerré los dos ojos al mismo tiempo. Ella rió “Dale zonzo, subí” y ni lo dudé. Mi mano sobre su mejilla, un suspiro de ella sobre mi oreja, colorada por los nervios, mis dedos jugando con sus rulos, su rodilla rozando mi verga. Adivino un movimiento en la comisura del chofer, le sonrío cómplice y le hago un gesto de “Stop”. Hotel Caricias, dos palmeras que invitan al placer y una luz violacea que le da ese toque de nivel que me caracteriza. Luisa me mira y sin dejar de tomar mi verga me dice “No Baker, no puedo, soy una mujer casada”, “Casada pero no castrada” retruco, “¿Eh?”, levanta las cejas confundida “No, nada…dejá”.